miércoles, 27 de marzo de 2013

Sarmiento sobre Rosas

En el Facundo, Sarmiento presenta la figura de Rosas, modelo de caudillo que recuerda a otros más contemporáneos. Rosas, caudillo de la provincia de Buenos Aires, controló el poder en la Argentina entre 1835 y 1852, enfrentándose al centralismo y defendiendo, en apariencia, los derechos de las provincias. En la práctica, la suya, siendo la más rica y próxima al puerto principal, tenía todas las ventajas. Sarmiento, por su parte, es el político unitario que aboga por la sumisión de los poderes locales a la capital. El hacendado arbitrario, violento y cruel, escandaliza al maestro y hombre de letras que aboga por la civilización.
Se admira Sarmiento de la astucia de Rosas y de la facilidad con que engaña a nacionales y extranjeros:
…falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo. Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿por qué sus enemigos quieren disputarle el título de Grande  que le prodigan sus cortesanos? Sí; grande y muy grande es, para gloria y vergüenza de su patria, porque si ha encontrado millares de seres degradados que se unzan a su carro para arrastrarlo por encima de cadáveres, también se hallan a millares las almas generosas que, en quince años de lid sangrienta, no han desesperado de vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la República. Un día vendrá, al fin, que lo resuelvan; y la Esfinge Argentina, mitad mujer, por lo cobarde, mitad tigre, por lo sanguinario, morirá a sus plantas, dando a la Tebas del Plata el rango elevado que le toca entre las naciones del Nuevo Mundo.



 También se admira de la elocuencia que usa Rosas para mantener las adhesiones:
En cambio, sabe usar de las palabras y de las formas que satisfacen a las exigencias de los indiferentes. Los salvajes, los sanguinarios, los pérfidos, inmundos unitarios, el sanguinario duque de Abrantes, el pérfido Ministerio del Brasil, ¡la federación!, ¡el sentimiento americano!, ¡el oro inmundo de Francia, las pretensiones inicuas de la Inglaterra, la conquista europea! Palabras así bastan para encubrir la más espantosa y larga serie de crímenes que ha visto el siglo XIX. ¡Rosas!, ¡Rosas!, ¡Rosas!, ¡me prosterno y humillo ante tu poderosa inteligencia! ¡Sois grande como el Plata, como los Andes! ¡Sólo tú has comprendido cuán despreciable es la especie humana, sus libertades, su ciencia y su orgullo! ¡Pisoteadla!; ¡que todos los gobiernos del mundo civilizado te acatarán, a medida que seas más insolente! ¡Pisoteadla!; ¡que no te faltarán perros fieles que, recogiendo el mendrugo que les tiras, vayan a derramar su sangre en los campos de batalla o a ostentar en el pecho vuestra marca colorada por todas las capitales americanas!¡Pisoteadla!, ¡oh!, ¡sí: pisoteadla!..
Rosas también practica la calumnia, acusando de corrupción al "unitario" Rivadavia quien, según Sarmiento
 nunca derramó una gota de sangre ni destruyó la propiedad de nadie, descendiendo, voluntariamente, de la Presidencia fastuosa a la pobreza noble y humilde del proscripto. Rosas, que tanto lo calumnia, se ahogaría en el lago que nunca podría formar toda la sangre que ha derramado; y los cuarenta millones de pesos fuertes del Tesoro nacional y los cincuenta de fortunas particulares que ha consumido en diez años para sostener la guerra interminable que sus brutalidades han encendido.
El caudillo carismático también aplica métodos de policía política que recuerdan terrorismos de estado más modernos:
La historia de la cinta colorada es muy curiosa. Al principio fue una divisa que adoptaron los entusiastas; mandóse después llevarla a todos, para que probase la uniformidad de la opinión. Se deseaba obedecer, pero al mudar de vestido, se olvidaba. La Policía vino en auxilio de la memoria: se distribuían mazorqueros por las calles, y sobre todo en las puertas de los templos, y a la salida de las señoras, se distribuían, sinmisericordia, zurriagazos con vergas de toro. Pero aún quedaba mucho por arreglar. ¿Llevaba uno la cinta negligentemente anudada? -¡Vergazos!, era unitario. - ¿Llevábala la chica? - ¡Vergazos!, era unitario. ¿No la llevaba?, ¡degollado por contumaz! No paró ahí ni la solicitud del Gobierno ni la educación pública. No bastaba ser federal ni llevar la cinta, que era preciso, además, que ostentase el retrato del ilustre Restaurador sobre el corazón en señal de amor intenso, y los letreros "mueran los salvajes inmundos unitarios".
Rosas también era traidor:
Rosas, cuando hubo apoderádose de la ciudad, exterminó a todos los comandantes que lo habían elevado, entregando este influyente cargo a hombres vulgares que no pudiesen seguir el camino que él había traído.
Y cobarde y vengativo:
También lloraba como un chiquillo y se daba contra las paredes cuando supo la revolución de Chascomús, y once enormes baúles entraban en su casa para recoger sus efectos, y embarcarse una hora antes de que le llegara la noticia del triunfo de Álvarez. ¡Pero, por Dios! ¡No asustéis nunca a los terroristas! ¡Ay de los pueblos desde que el conflicto pasa! ¡Entonces son las matanzas de septiembre y la exposición en el mercado de pirámides de cabezas humanas.
Pero tiene que disimular y acabará cediendo. En el siguiente pasaje hay además una curiosa mención de Cuba.
Buenos Aires es tan poderosa en elementos de civilización europea, que concluirá al fin con educar a Rosas y contener sus instintos sanguinarios y bárbaros. El alto puesto que ocupa, las relaciones con los gobiernos europeos, la necesidad en que se ha visto de respetar a los extranjeros, la de mentir por la prensa y negar las atrocidades que ha cometido, a fin de salvarse de la reprobación universal que lo persigue, todo, en fin, contribuirá a contener sus desafueros, como ya se está sintiendo; sin que eso estorbe que Buenos Aires venga a ser, como La Habana, el pueblo más rico de América, pero también el más subyugado y más degradado.
Sarmiento, a quién se acusa de racista, se interesaba más por las taras del espíritu que por las del cuerpo. Nuestra mala estirpe es cultural.
Es que el terror es una enfermedad del ánimo que aqueja a las poblaciones, como el cólera morbus , la viruela, la escarlatina. Nadie se libra, al fin, del contagio. Y cuando se trabaja diez años consecutivos para inocularlo, no resisten al fin ni los ya vacunados. ¡No os riáis, pues, pueblos hispanoamericanos, al ver tanta degradación! ¡Mirad que sois españoles, y la Inquisición educó así a la España! Esta enfermedad la traemos en la sangre.












domingo, 24 de marzo de 2013

Lydia Davis: La oruga

Encuentro una pequeña oruga en mi cama, en la mañana. No hay a mano una ventana desde donde tirarla, y yo no aplasto ni mato un ser viviente si no es necesario. Tendré que tomarme el trabajo de bajar por las escaleras llevando esta oruga delgada, oscura y lampiña para sacarla al jardín.

No es un gusano medidor, pero tiene su mismo tamaño. No se encoge y estira, sino que avanza serenamente sobre sus numerosos pares de pies. Mientras salgo del cuarto, se mueve velozmente por las curvas de mi mano.

Pero, a mitad de las escaleras, ha desaparecido -mi mano está vacía. Se habrá soltado dejándose caer. No lo veo por ningún lado. Las escaleras están en penumbra y sus paredes están pintadas de marrón oscuro. Podría traer una linterna y buscar al pequeño ser con el propósito de salvar su vida. Pero no quiero llegar a tanto -tendrá que arreglárselas lo mejor que pueda. Sin embargo, ¿cómo podrá hallar el camino bajando hasta la puerta de atrás para salir al jardín?

Sigo adelante con mis asuntos. Creo haberme olvidado de ella, pero no. Cada vez que subo o bajo, evito su lado de las escaleras. Estoy segura de que está allí, tratando de llegar abajo.

Al fin me rindo. Busco una linterna. El problema ahora es que las escaleras están muy sucias. No las limpio porque después de todo nadie ve nada en esta oscuridad. Y la oruga es, o era, tan pequeña. Bajo el rayo de luz muchas cosas se le parecen -una delgada astilla de madera, o un trozo de hilo grueso. Pero cuando los toco, no se mueven.

Miro cada escalón por su lado; luego, por los dos lados. Uno se siente en cierto modo ligado a un ser viviente, una vez que intenta ayudarlo. Pero no está en niguna parte. Hay mucho polvo y pelo de perro en las escaleras. El polvo puede haberse adherido a su cuerpecito impidiéndole moverse o ir en la dirección deseada. Puede haberla secado. Pero, ¿por qué habría de bajar en lugar de subir? No he mirado más arriba del sitio donde desapareció. No llegaré a tanto.

Vuelvo a mi trabajo. Entonces, empiezo a olvidar a la oruga. La olvidé por casi una hora, hasta que tuve que subir otra vez. Ahora veo algo sobre uno de los escalones que parece ser del tamaño, color y forma correctos. Pero es seco y plano. Debe ser una aguja de pino corta o alguna otra parte vegetal.

La siguiente vez que pienso en ella, me doy cuenta de que la he tenido olvidada por varias horas. Pienso en ella cada vez que subo o bajo las escaleras. Después de todo, ella está ahí en alguna parte, tratando de encontrar su camino hacia alguna hoja verde, o muriendo. Pero ya no me preocupa demasiado. Estoy segura de que pronto la habré olvidado por completo.

Más tarde en la escalera hay un desagradable olor animal, pero no puede ser ella. Es demasiado pequeña para tener olor alguno. Seguramente habrá muerto ya. Es sencillamente demasiado pequeña como para que siga pensando en ella.