En su sucinta autobiografía, Stephen Hawking comenta sus años de formación y su inclinación por la física y las matemáticas. Sorprende la seriedad con la cual asume su vocación, siendo apenas un adolescente.
Cuando llegué a los dos últimos cursos escolares
quise especializarme en matemáticas y física. Había un profesor de matemáticas brillante,
el señor Tahta, y además el colegio acababa de construir una nueva sala de matemáticas
que el departamento utilizaba de aula. Sin embargo, mi padre se oponía con
rotundidad porque pensaba que no había trabajo para los matemáticos más que
como profesores. En realidad le habría gustado que hubiera estudiado medicina,
pero yo no mostraba interés alguno en la biología, que me parecía demasiado
descriptiva y no lo bastante esencial. Además, en el colegio no gozaba de gran
prestigio. Los chicos más inteligentes hacían matemáticas y física, y los menos
listos, biología.
Mi padre sabía que no iba a estudiar biología, pero
me obligó a estudiar química y sólo un poco de matemáticas. Pensaba que así
mantendría abiertas mis opciones científicas. Ahora soy profesor de
matemáticas, pero no he recibido educación formal en esa disciplina desde que
abandoné el colegio St. Albans a los diecisiete años. He tenido que aprender lo
que sé a medida que iba avanzando. Supervisaba a estudiantes universitarios en
Cambridge y sólo iba una semana por delante de ellos en el curso.
La física siempre fue la
asignatura más aburrida del colegio porque era muy fácil y obvia. La química era
mucho más divertida, porque no paraban de ocurrir cosas inesperadas, como
explosiones. Sin embargo, la física y la astronomía me ofrecían la esperanza de
comprender de donde veníamos y por qué estamos aquí. Quería entender las
profundidades del universo. Tal vez lo haya conseguido hasta cierto punto, pero
aún quiero saber muchas cosas. (Hawking, S.; Breve historia de mi vida. Barcelona, Crítica, 2014; p. 34-6)
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