lunes, 9 de mayo de 2016

Russell y Wittgenstein

Ludwig descubrió enseguida que, sin haber concluido un solo escrito filosófico y con poco más de veinte años, las mentes más brillantes de Cambridge lo calificaban de genio. “Tal vez él haya sido el ejemplo más perfecto que jamás he conocido del genio tal como uno se lo imagina tradicionalmente: apasionado, profundo, intenso y dominante”; así es como lo describiría años después. 

La atracción que Russell ejercía sobre Ludwig puede reconstruirse a través de las cartas que el primero envió a lady Ottoline Morrell. La primera vez que Russell le mencionó a Ludwig fue en una carta fechada el 18 de octubre de 1911, en la que describía al joven aspirante a filósofo como “un alemán desconocido, que pese a hablar muy poco inglés se niega a hablar alemán”, y que había interrumpido una tutoría individual en sus habitaciones. Ludwig, que aún no había decidido si debía dedicarse a la filosofía en Cambridge o regresar a sus experimentos aeronáuticos en Manchester, insistía en que se le permitiera asistir a las famosas clases de Russell. Éste le hizo la merced de acceder, pero pronto empezó a inquietarse cuando Ludwig se dedicó a seguirle por las salas y los edificios de la universidad. Repentina e inesperadamente se presentaba en las habitaciones de Russell cuando éste se estaba cambiando para cenar, o a medianoche, cuando estaba metiéndose en la cama, e insistía en hablar de filosofía hasta la madrugada y lo amenazaba con suicidarse si lo echaba. En consecuencia, Russell tenía que aguantar hora tras hora a Ludwig, que se paseaba por sus habitaciones “como un tigre enjaulado”, ponía a prueba su paciencia, balbuceaba y soltaba largos e incomprensibles monólogos sobre el tema de la lógica y la matemática. (Waugh, Alexander; La familia Wittgenstein; Barcelona, Lumen, 2009; p.76)

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